Se ha divulgado una campaña publicitaria bajo el eslogan “Todo tiene un precio”. Busca concienciar a la sociedad sobre la presencia de los estupefacientes como un producto que lleva al despilfarro. La idea creativa de la acción descansa sobre la aseveración: “Lo más peligroso de las drogas es olvidarnos de lo que realmente son”.
España es el primer país del orbe en el consumo de cocaína. Ha prevalecido a los Estados Unidos y cuadruplicado la media occidental, según la ONU, siendo la población compradora las comprendidas entre las 15 y 64 años. La droga se consume en un entorno marginal de indigencia y malaventura. Son mas de mil chamizos en los que residen otros tantos clanes que vegetan en situaciones quebradizas.
En los suburbios de chabolas pocos alcanzan las cuatro décadas de existencia. Se conservan más de 2.000 chamizos clandestinos y unos 40.000 mortales de distintas patrias. Lo endeble y frágil de las edificaciones, la escasez de manga de agua potable, de luminaria y las exiguas condiciones sanitarias, más la depauperación, son el entorno rutinario. Asombra mirar a los críos contentos, andrajosos o desnudos, indiferentes a su cruel realidad, retozando entre la bazofia y los acopios de basura. El espectáculo es tan dantesco que estremece el corazón.
Una humanidad aparte es la que brota en sus ajados moradores, que renunciaron a la lucha por su acomodo. Con el estigma que provoca la droga, la fijeza hueca, y sin apenas mantenerse en pie, se mueven amasando jeringuillas usadas.
Las ganancias del tráfico de las drogas ha conseguido unas cuantiosas cifras en cada lance, provenientes de los mas de tres mil drogadictos que han aparecido en los 70 asentamientos de transacción.
La droga cuanto más se consume más imperiosamente se necesita, el vendedor engaña al incauto comprador con que le llevará al paraíso, pero se calla el precio que deberá pagar; su propia autodestrucción, el deterioro físico y psíquico, que transformará, el paraíso de unos instantes, en un prolongado e insoportable infierno.
El vacío de Dios, ¿no lleva a la desesperanza? La desesperanza conduce a la deshumanización. El hombre sin Dios se deshumaniza y se hace enemigo hasta de sí mismo.