Este curso ha entrado en vigor en Francia la prohibición del uso de los móviles en los centros escolares, con algunas excepciones. Pero antes una escuela situada en una zona rural se había lanzado por su cuenta al experimento, como relata Pascale Krémer en Le Monde. Lo que permite hacerse una idea del efecto que tendrá la norma general.
Antes de la decisión del gobierno, el director de un centro de Faucogney-et-la-Mer, en Haute-Saône, había prohibido en noviembre de 2017 el uso de smartphones dentro de su escuela. Algo más de un año después, el balance resulta positivo: los adolescentes privados de su móvil no se sienten castigados, sino “liberados”.
Fuente: Le Monde
El periodista describe la escena de un clásico y animado recreo al mediodía, en el que el director evoca sus recuerdos. Un año antes, los mismos alumnos habrían estado en cuclillas, repartidos por los bancos y mesas, mirando fijamente al móvil. Se enviaban mensajes de texto triviales y recibían respuesta en silencio, incluso desde el banco de enfrente. El centro del patio permanecía desierto. Ahora, levantan la cabeza, se miran, hablan de nuevo…
La prohibición del uso de los móviles no pretendía reinventar el patio de recreo del siglo XX. Intentaba salvar a una pequeña escuela perdida entre los Vosgos. No era fácil, porque los alumnos lo llevan en la mano cuando suben al autobús escolar al amanecer, y no lo sueltan al regresar casi de noche a casa, a veces sin nadie, por el horario de trabajo de los padres que, sin embargo, no renuncian a saberlo todo de sus hijos…. No sin ironía, el director de la escuela comenta que es como si se les hubiera trasplantado el portátil a la mano desde los siete años, porque la familia busca estar en contacto permanentemente.
Por eso, el primer objetivo fue convencer a los padres de que el móvil no era imprescindible. La desconexión fue suave. Tras la modificación del reglamento del colegio en noviembre de 2017, se acordó que los móviles permanecerían apagados, guardados en la mochila, bajo pena de confiscación temporal. Pero los adictos al smartphone tuvieron un período de prueba hasta enero. Al principio, fue como un juego del gato y el ratón. Y los ratones se resistían, en nombre de sus derechos como adolescentes. Pero la sensación de injusticia se diluyó más rápidamente de lo que habían esperado los profesores.
Los alumnos se fueron acostumbrando. Es más, descubrieron que el teléfono podía ser un muro entre las personas. Ahora charlan mucho más entre ellos, sin limitarse a enviar unas fotos. Además, la dirección del centro ha movilizado a padres, abuelos y otros voluntarios para organizar actividades extraescolares que ocupan el tiempo antes concentrado en los móviles: judo, ajedrez, pintura, video, ping pong, balonmano, pesca…
Pero la idea no era tirar el smartphone como si fuera el agua del baño. “Partimos de cero, enseñamos cuándo utilizarlo o no, recreamos un marco de protección contra la violencia en las redes sociales. En suma, cumplimos con nuestro deber educativo”, resume el director. Y no niega que esta herramienta puede ser especialmente valiosa para los más introvertidos ni que en cuanto termina la jornada escolar los alumnos están ansiosos por volver a sumergirse en sus portátiles. Pero el director disfruta de otra pequeña experiencia: “Ahora, cuando confiscas un móvil, los padres me dicen: ‘retenlo toda la semana, cuento con vosotros para que aprendan a no usarlo’”.
Como no podía ser de otro modo, no faltan críticas a la nueva ley francesa, como las de Rachel Panckhurst, experta en lingüística e informática en la Universidad Paul-Valéry-Montpellier-III, que defiende los smartphones como gran herramienta de aprendizaje. También porque a los profesores les sirve para hacer las clases más entretenidas. No faltan experiencias de aplicaciones que contribuyen al aprendizaje, también de materias ordinariamente arduas, como la física.