El estreno de Star Wars: El despertar de la fuerza, el 18 de diciembre, con un nuevo director al frente, provocó una verdadera intriga en el mundo cinematográfico. Con sus cifras imponentes —más de cuatro mil millones de dólares—, la adquisición de Lucasfilm por Walt Disney Company con el derecho a continuar la saga de Star Wars en una nueva trilogía corría el riesgo de dar la importancia al acontecimiento económico y dejar en la sombra el cultural. Y con él, la historia apasionante de los últimos años del cine mundial, desde que la película de George Lucas llegó a las pantallas el 25 de mayo de 1977. Casi cuarenta años de recuerdos que van de la primera trilogía (1977-1983) a la segunda (1999-2005), esta última con historias precedentes a la primera.
Los espectadores de 1977 descubríamos las aventuras de un simpático aventurero, Han Solo —Harrison Ford—, de un joven idealista, Luke Skywalker —Mark Hamill—, de una Princesa, Leia Organa —Carrie Fisher—, sin olvidar al malvado Darth Vader —David Prowse— contra quien combatirían nuestros amigos con la ayuda de Obi Wan Kenobi, el caballero Jedi al que Sir Alec Guinness encarnaba con su talento. También hay que recordar a los dos robots, C3PO y R2D2, encargados de las notas de humor. Todos venían de la imaginación ilimitada de Lucas y sus colaboradores, que habían seguido el ejemplo de Tolkien inventando un universo completo, donde los Jedi encarnaban la paz y la justicia al servicio de las causas nobles, como la defensa de la Confederación de Estados democráticos que un Imperio totalitario pretendía destruir con ayuda de sus servidores, los Sith. Todo este mundo estaba dominado por la Fuerza, energía misteriosa que ayudaba a los buenos en su lucha. Y no faltaban las naves espaciales que nos permitían volar de un planeta a otro o participar en persecuciones a través de estrechos desfiladeros donde la ilusión de la velocidad creaba la de vivir con varios siglos de adelanto.
El éxito de la crítica no fue fácil: a la primera ola de entusiastas se añadió rápidamente la de los críticos intelectuales que consideran sospechoso siempre el éxito popular. Si bien algunos reconocían la ambición de crear una mitología moderna a partir de ciertos arquetipos, otros no dejaban de acusar a Star Wars de simplismo, maniqueísmo, humor básico, todo al servicio —tara imperdonable en la época— de valores morales conservadores que colocaban la serie en la misma línea del cine familiar de Disney. Y aunque muchos alababan los avances técnicos visuales, se denunciaba también la «apoteosis de los efectos especiales»: se temía la postergación del fondo con respecto a la forma.
Todas estas reservas no podían nada ante dos realidades: por una parte, los resultados de taquilla —las seis películas han amasado cuatro mil doscientos millones de dólares solo en los cines—. Por otro lado, se añadía algo más importante: Star Wars se había transformado a lo largo de la segunda mitad del siglo xx en uno de los elementos de la cultura popular. Con su saga, George Lucas ha contribuido a popularizar la ciencia ficción y a desarrollar los efectos especiales, gracias a la Industrial Light & Magic.
El progreso en las bandas sonoras se efectuó a través de la utilización del sistema Dolby, presente en la primera película de la saga. Con sus múltiples empleos —director, guionista, productor— Lucas estaba presente en todos estos terrenos. Ahora cede su imperio, a los 71 años, aunque seguirá supervisando las nuevas películas.
«Pensé que había llegado el momento de pasar Star Wars a otros directores. Siempre consideré que viviría más tiempo que yo»: con estas palabras George Lucas abrió un nuevo capítulo de la historia de la saga. J. J. Abrams.
Jorge Collar (periodista y decano de los críticos del Festival de Cannes)