Por motivos éticos y prácticos legitimar la eutanasia es una diabólica idea, ¿qué más podemos hacer para aminorar la punzada de los dolientes graves y de los enfermos terminales? Todos tenemos el derecho al tratamiento frente al padecimiento: hay que finiquitar el sufrimiento, no al mortal que padece el dolor.
La confianza en los propios cuidadores es muy conveniente para atenuar la angustia. Es necesaria la nobleza y compartir la información y las resoluciones ya que esto aumenta en el que sufre el sentido de que tiene todo bajo control, y así disminuye el dolor.
La hora suprema ha sido despersonalizada, deshumanizada y tecnificada, y el resultado consiste en que los enfermos terminales experimentan una aguda soledad antes de la muerte. La eutanasia es una respuesta de tecnología médica a la congoja y a la muerte. Pero, en una sociedad ética, la solución no es un pinchazo letal.
Debemos comprender lo que, los dolientes profundamente enfermos o terminales precisan para considerarse respetados. Harvey Chochinov, psiquiatra de Manitoba (Canadá), experto en la atención de enfermos terminales, ha desarrollado un tratamiento que califica de “terapia de la dignidad”. Se identifican los factores que causan la congoja de los dolientes y perfilan ayudas para contrarrestarla.
La esperanza es primordial para aminorar el dolor. Dejar un legado también es un lazo con el futuro. Para que un enfermo agonice con serenidad es fundamental que su existencia tenga un sentido, que haya valido la pena vivir.
Lo nuclear de la esencia humana consiste en que somos mortales en busca de sentido. El reto se reduce a descubrir un sentido a la muerte, hacer que el tránsito a la Vida Eterna sea el último gran acto de la existencia.
Por el contrario, una inyección letal es un recurso tecnológico, rápido y barato. Encontrar sentido a la muerte no es nada de eso. Hay que encontrar un sentido trascendente a la vida y decirlo a las futuras generaciones. Ésta es una significativa razón por la que la eutanasia está proscrita en casi todo el universo.