Ilusión. No es asunto infantil. Aunque al escuchar o leer esta palabra, se nos vaya el recuerdo a las noches de Reyes, en que las que se la notaba escondida, dando brillo a los ojos de los niños que, se iban deprisa a la cama para que los Magos, al llegar a su casa, los encontraran dormidos.
La ilusión es algo más: es más que un sentimiento, más que la emoción de un momento. Es fuerza para la lucha y energía para vencer. Es un anticipo de la alegría, que se experimentará al lograr lo que no se tiene pero que se espera conseguir. La ilusión es alegría para vivir y motivo para ser felices. Por eso, no es extraño que la persona con ilusión, sea una persona alegre y que cuando le falta o lo que es peor, se mata, su vacio lo ocupe de inmediato, la tristeza.
Corren tiempos en los que falta alegría y se dan razones para justificar su ausencia. Sin embargo hay una muy sencilla que da bastante luz: vivimos la vida sólo en presente, olvidando que la ilusión apunta al futuro, en el que no nos apetece pensar, pero que llenaría de esperanza su llegada. Al estar anclados en el presente, con la vista prendida en él, el resultado no puede ser otro que un presente triste al faltar la valentía y el coraje que presta la ilusión para luchar por él, antes de que llegue.
Hay muchas cosas por las que merece la pena tener ilusión: el trabajo, el amor, los hijos, el saber, la música, los viajes, los amigos… Mucho por hacer para fomentarlas entre quienes forman nuestro entorno y mucho también para no anticipar su futuro, que es suyo y como propio, se lo tiene que “currar”. Por esto es muy difícil la labor de los padres: han de dar a los hijos, sí, ¡pero con medida!. Y saber esperar con paciencia a que “se lo luche” para conseguir su ilusión, mejor que anticiparse para ver su cara de satisfacción al obtenerlo. Le durará mucho menos porque le falta el valor que siempre añade a todas las cosas la ilusión y el esfuerzo puestos para conseguirlas.