¿Tiempo de turrón o Navidad y misterio?

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Estamos en el tiempo del turrón y los polvorones, ese tiempo en el que muchos, además,  celebran la Navidad.  A casi todo el mundo le encanta la Navidad, y  los americanos, que hacen estadísticas de luces encendidas y gastos realizados y lo saben casi todo, hasta hacen muchas películas donde sale algo de Navidad.
Si con las naturales excepciones, salta la alegría cuando llega un niño a la vida, es motivo de celebración la venida del Hijo de Dios  a la tierra de los hombres, como un niño cualquiera más.

Es curioso cómo aceptamos que el Niño-Dios venga a participar de nuestra fiesta, que baje a nuestro terreno y se comporte como uno de nosotros. Se recibe de modo parecido a como lo hacemos con un forastero que viene a participar en las fiestas del pueblo. Se supone que viene a nuestra casa a pasar unos días de fiesta y nada más, de manera que esto no afecta a nuestra vida de cada día y todo sigue igual, con nuestras fiestas, trabajos y preocupaciones.

La dificultad se plantea cuando uno llega a percatarse de que el Niño de Belén no viene en calidad de forastero, como algo marginal para nuestra vida, sino que viene a plantear cuestiones que nos afectan de modo radical.

Claro que percatarse del asunto y de la importancia que realmente tiene, no está al alcance de cualquiera y más, cuando sabemos que la mitad de los españoles no leen un libro que les ayude a reflexionar, y sin personal reflexión no es fácil que maduren los criterios, las convicciones, los sentimientos y que se desarrolle la personalidad.

Reflexionar es un esfuerzo personal. Hay quienes dicen que pensar y decir lo que se piensa puede perjudicar seriamente la salud. Por ello la postura generalmente admitida es la de ser refractario al pensamiento, dar saltitos, brindar con cava y tirar confeti.

Además, al intentar pensar como labor personal, aunque sólo se recorran caminos muy transitados y conocidos de la vida, siempre se tropieza con el misterio, con algo abismalmente desconocido que no puede ser resuelto por la lógica, la ciencia o la adivinación. El misterio nunca se puede eludir ni se puede resolver y lo tremendo es que afecta de modo radical a la vida de cada cual. Hay que reconocer que el ser humano actual, por muy internauta que sea, o muy metido enganchado a las redes sociales que esté,  sabe muy poco de todo y ni siquiera es capaz, por sí solo, de descubrir cuál es su camino hacia la felicidad.

Algunos se enfrentan al misterio con ayuda de la fe. En realidad, la mayor parte de nuestros conocimientos han sido adquiridos con la ayuda de la fe, es decir, por la confianza que nos merece alguien que sabemos que nos quiere o no nos engaña. Los niños, por ejemplo, aprenden de su madre todo lo que será decisivo para su vida  y en los libros todo lo complementario.

Sin embargo, hoy por hoy, en nuestra moderna sociedad anónima, creada como invento laico, no resulta políticamente correcto manifestar que uno se hace preguntas sobre los grandes misterios del hombre y que no hay respuesta satisfactoria en lo que dijo Freud sobre la liberación de la líbido, ni en las «genialidades» de Nieztzshe que inventó lo del super hombre y la ausencia de Dios.

El hombre moderno, rodeado de sus enormes triunfos, no reconoce que en el fondo es como un niño necesitado de mucho cariño y protección. Admite la Navidad, con sus importantes aspectos comerciales y sus connotaciones nostálgicas pero no llega a entender el misterio que jamás hombre alguno se hubiera atrevido a imaginar: el sentido de la Navidad se encuentra en que Jesucristo, el Hijo de Dios,  se hizo Niño igual a nosotros , para revelarnos que como El, podemos llamar y tratar a Dios como Padre.

Se me vienen ahora a la cabeza aquellas palabras de Pascal que dicen: «Fuera de Cristo, no sabemos ni quien es Dios , ni quienes somos nosotros».

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