¿Tiene límites la tolerancia?

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ARTÍCULO DE EMILIO MONTERO HERRERO

La tolerancia en la sociedad es un tema muy importante para lograr la convivencia entre los individuos. Se trata del respeto hacia el otro, el de saber escuchar con respeto sus ideas y su forma de pensar, aunque sean completamente opuestas a las nuestras. Sin embargo, en el mundo, en la sociedad occidental y en la España de hoy impera la confusión porque no se practica la tolerancia sino la debilidad, propiciándose ese abuso de la libertad que implica el panorama de opiniones y pautas de conducta incontroladas y desorientadas denominado libertinaje con que se oscurece, desvirtúa y hasta se oculta la verdad.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRAE) nos dice que tolerancia es la acción y efecto de tolerar. Y tolerar lo define como llevar con paciencia. También nos dice que es permitir algo que no se tiene por lícito sin aprobarlo expresamente.

Teniendo presente esta última definición, la pregunta que podemos hacernos es: ¿hasta qué punto debemos tolerar algo que no se tiene por lícito para ser buenos ciudadanos? Desde luego, nunca lo seremos si toleramos el terrorismo, el genocidio, la opresión, el proxenetismo, la esclavitud… Es decir, ninguna actividad que atente contra la vida o la dignidad de un ser humano, aunque se nos presente con el favorecedor atuendo de la convivencia pacífica.

De forma general, podemos decir que la tolerancia deja de ser virtud, y como consecuencia no puede emplearse, siempre que viole alguna ley, bien sea una ley natural, del derecho natural, de la ley divina, o de la ley humana justa emanada de una autoridad legítima. No podemos ser tolerantes con el asesinato, el matrimonio infantil, la poligamia o la poliandria, la mutilación de la mujer, la prostitución, el aborto, la eutanasia directa… Tampoco debemos ser tolerantes con los terroristas que en nombre de su religión o de su proyecto político cometen crímenes y matanzas, ni con las políticas corruptas que dilapidan los bienes públicos. En estos y otros casos, deberíamos ser decididamente firmes, rigurosos y severos. De no hacerlo así, no tendremos principios y seremos cómplices de la infamia.

La virtud de la tolerancia requiere, por tanto, detectar el error o el mal, tener la capacidad para oponerse a él y, sin embargo, soportarlo pacientemente. Pero si no existe poder para oponerse, no es propio hablar de tolerancia, sino de resignación. Si se tiene esa capacidad y no se ejerce, antes que tolerancia sería cobardía.

Por tanto, la pregunta inmediata que nos hacemos en esta sociedad tan progresista que nos ha tocado vivir, es si existe lo lícito y lo ilícito. Y yendo más lejos, si existe el bien y el mal, la verdad y el error, lo cierto y lo falso, o ahora todo es relativo: tú piensas de una manera y yo de otra.

Ya 427 años antes de Cristo, Platón definió el bien, la belleza y la justicia cómo verdades superiores, sin embargo es fácil comprobar como algunos sectores de ciertas sociedades modernas, como la nuestra, no consideran el bien y el mal como valores absolutos, sino adaptables a determinadas circunstancias concretas de la sociedad y subordinados a lo que denominan conveniencia política, que no es más que el interés de un determinado grupo, no siempre el más numeroso, pero si el más combativo. Curiosamente, estos partidarios persiguen con implacable intolerancia y en nombre de la tolerancia a todos los que osan discordar de ellos. Como expuso el filósofo Plinio Corrêa de Oliveira: “Vivimos en la era de la tolerancia indiscriminada. Todas las opiniones son permitidas. Se tolera todo, excepto a aquel que no transige con el error. A éste los «tolerantes» no lo toleran, y mueven contra él una tenaz persecución”.

Cuando lo que está en juego son los fundamentos de la dignidad humana, hay que tomar partido, no podemos tener tragaderas. El que dijo que para que triunfe el mal basta con la pasividad de los buenos, estaba en lo cierto. Hay que proclamarse beligerante contra el mal so pena de ser cómplice. No podemos ocultamos tras una falsa inocencia. Lo escribió el ángel de la iglesia de Laodicea: “Conozco tu conducta, no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!, más porque eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3).

Todo tiene límites, también la tolerancia, pues no todo vale en este mundo. Hay casos en que la tolerancia es un bien y otros en que es un mal. Hay situaciones en que la tolerancia significa complicidad con el crimen, omisión culposa, insensibilidad ética o comodidad. Decía Thomas Mann que la tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad.

En definitiva, como expresaba Edmund Burke, (1729-1797), famoso político y escritor irlandés: “la tolerancia, como toda virtud, se considera como tal siempre y cuando sea manifestada con ponderación, algo propio de personas equilibradas cuya forma de pensar y por ende de actuar están en sintonía con las Leyes Naturales que nos rigen, porque de no ser así deja de ser virtud para convertirse en todo lo contario, es decir, en un defecto”.

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