¿Toda la vida en el mismo trabajo?

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En este mundo de cambio en que vivimos, parece que quien no cambia o tiene algún problema o no vale para más. Cuando alguien dice que ha hecho toda su carrera profesional en la misma empresa, necesita a continuación dar una serie de explicaciones que más que aclarar las cosas -si es que hay algo que aclarar- manifiesta un complejo de inferioridad o de culpa. Se está justificando, está diciendo algo así como: “No creas que no valgo; lo que pasa es que en esta empresa he tenido tantas oportunidades que no he necesitado cambiar.

Además, cuando surgieron las oportunidades, no era adecuado desde un punto de vista personal.”

No hace tanto tiempo ocurría exactamente al contrario: la gente se encontraba satisfecha de permanecer mucho tiempo en la misma corporación y decían con orgullo el número de años. Se razonaba así: “A pesar de toda la gente que ha pasado por aquí y de los buenos profesionales que hay en el mercado, no han encontrado, en tantos años, alguien que lo pueda hacer mejor que yo en mi puesto.”

¿Dónde está la realidad? En ninguna de las dos contestaciones, y en las dos.

Lo que está ocurriendo actualmente es que la sana ambición profesional se ha malentendido en algunos contextos. Existe tanto deseo de mejora, que se ha pasado a creer que el que cambia, necesariamente mejora, cosa que, como es evidente, en muchas ocasiones es falso: todos conocemos gente que ha cambiado para empeorar. Ese error sucede generalmente porque no se han valorado convenientemente los riesgos del cambio. El mero hecho de que te ofrezcan un cambio puede nublar un poco la inteligencia y, con la mente en ese estado, se pueden tomar decisiones poco prudentes. La vanidad que supone el que “vayan a por ti”, y por otra parte, el deseo de que desaparezca todo lo negativo que hay en la empresa en la que estoy, producen en parte, esa ceguera. Además, en el momento de recibir una oferta se ponen en pie y se agrandan todos los defectos de la empresa actual.

Por tanto, las ofertas hay que ponderarlas con la mente fría, decidir y actuar. Hay gente que tiene tal inseguridad personal, que son incapaces de decidir, actuar y, por tanto, de cambiar. Ese poco atrevimiento produce una sensación de falta de valía personal y manifiesta, en definitiva, muy poca seguridad en uno mismo. Por eso, cuando se ve claro, hay que atreverse, hay que lanzarse, porque tan malo es cambiar ciegamente y de modo continuo, como no atreverse a hacerlo cuando, bien analizadas las cosas, se trata de una oportunidad interesante. Para tomar una decisión prudente tendríamos que ser capaces de contestar, con pelos y señales, a la pregunta: ¿cómo voy a estar cuando cambie? Y para ello hay que conocer detalladamente cómo está ahora la persona que ocupa la posición que me han ofrecido. Cuanta más información, menos riesgo.

Hablando de cambios es muy interesante también tener cuidado con aquellas personas que no saben dejar de cambiar. Necesitan cambiar, y el cambio para ellos se ha convertido en una adicción. Piensan que así mejoran su CV y no es verdad. Son perfiles bien conocidos en los departamentos de RRHH y se sabe que son verdaderos enfermos -así hay que llamarlos- que no saben dominar sus impulsos. Cuando se presenta un currículo con muchos cambios, hay intentar comprender el por qué de tanto cambio. Tiene que haber razones de peso, muy lógicas y bien razonadas para tanto movimiento y en caso de que haya una pequeña duda, mejor no contratar. Por mucho que en la entrevista hablen de fidelidad a la empresa, su CV habla más alto. Son personas con la voluntad debilitada y es normal que sus palabras sean más largas que sus acciones.

 José María Contreras

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