En la pasada campaña para las elecciones en EEUU, cuyo resultado refuerza el futuro de Sarah Palin, en ningún momento se separó de su quinto hijo afectado por el síndrome Down. Lo besa y lo mira con orgullo.
El deseo de prevenir que nazcan chiquillos con invalidez genética está llevando a un progresivo empleo del dictamen prenatal que, en caso de ser desfavorable, terminará en un aborto. Una muestra de ello es el testimonio que ha divulgado “The Guardian”. El periódico anglosajón dio a conocer los resultados de una investigación científica de la Universidad de Cambridge, en la que se examinaron las conductas de 235 adolescentes desde su embarazo hasta los 8 años.
Algunos perciben estos datos como un apoyo a la independencia de la joven embarazada. Otros se preguntan si no estaremos utilizando el dictamen prenatal como parte de una maniobra de devastación de los imposibilitados físicos o mentales.
¿Qué valores son los que están en juego en el análisis genético anterior al nacimiento?; el respeto a la existencia humana, tanto particular como colectiva, el respeto a los mortales incapacitados.
Por hiriente que resulte la pregunta, nos debemos interpelar: ¿Nos hemos empujado a una tarea de rastreo y aniquilación que busca la extinción de algunos grupos de seres humanos, como los aquejados con el síndrome Down, los que sufren dolencias cerebrales o físicas?
Por otra parte, conviene aclarar que nace una criatura con el síndrome Down por cada 800 partos, entre mujeres de 30 a 34 años. Lo monstruoso es que ya no nacen críos con el síndrome de Down, porque son destrozados cuando aún están recluidos en el seno materno.
“Mi madre acudió al medico en su segundo mes de embarazo. El médico decretó la interrupción del embarazo, pero mi madre se negó. Siete meses más tarde nací yo. Hoy, en 1824, en el Kärmerton de Viena, estreno mi novena sinfonía, mi canto personal a la alegría de vivir”, afirmó Bethoven.