El hombre ha de trabajar, participando en el poder creador de Dios, y debe también descansar. Pero el descanso no debe consistir en el simple ocio. No se ha de entender negativamente, sino como una actividad positiva. El descanso no es no hacer nada: es distraernos en actividades que exigen menos esfuerzo. También el descanso del hombre se puede ver como una actividad recreativa, un juego, y no como la simple abstención del trabajo.
La razón de ser del descanso es el trabajo, no al revés. Se descansa para trabajar, no se trabaja para descansar (para obtener los medios económicos que permitan entregarse al ocio). Los días de descanso son un apartamiento de lo diario, de lo habitual, no son simples días de ocio. Descanso significa represar: acopiar fuerzas, ideales, planes… cambiar de ocupación, para volver después –con nuevos bríos– al quehacer habitual.
Por otra parte, descansar significa buscar en esos momentos la contemplación del mundo natural y de su autor y disfrutar de la cultura y de la creación artística. Por esta razón es urgente dignificar las fiestas y costumbres populares evitando que los espectáculos públicos se vean en la disyuntiva de ser o aburridos o deformantes de los corazones nobles de jóvenes y adultos.
El desarrollo de las profesiones en las que está fuertemente implicada la creación artística, como en la música, el cine o el teatro, actividades que tienen un valor y un sentido que trasciende el simple entretener o hacer descansar al público, es una labor esencial en nuestra sociedad.
Es evidente, en todo caso, su importancia de cara a la regeneración ética y moral que necesita nuestra sociedad, no menor a veces de la que puedan tener las actividades políticas, la información, o la educación.