Un aprendizaje esencial: «saber que la conducta esta sujeta a unos límites»

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rabietasLos hijos, para poder crecer de una manera armónica y equilibrada, necesitan tener delante unos modelos de conducta que les den seguridad. Hay pocas cosas peores para ellos que unos padres pusilánimes y vacilantes, que no saben a qué atenerse a la hora de educar.
Los niños necesitan normas para poder funcionar, ya que éstas les hacen sentirse más seguros. Está comprobado que, en los colegios, los profesores más duros y exigentes, siempre y cuando esa dureza y exigencia sean razonables y adecuadas, son con mucha diferencia los más estimados por sus alumnos, ¿no lo sabían? De igual manera, los niños necesitan tener unos padres que les exijan con cariño.

Nuestros hijos experimentan con las normas.  Tal actitud es necesaria para su formación como personas. Por ello, es normal que cuestionen el porqué de tal o cual norma, que se rebelen alguna vez y que protesten. Todo esto, como decimos, es necesario y normal, y es, además una oportunidad educativa. Lo decimos porque con los hijos hay que razonar, siempre a su nivel, claro está, los motivos que nos mueven a imponer determinada norma en casa. Al explicarles a solas y sin enfados estas razones que nos mueven, estamos formándoles y haciéndoles ver que tales normas son buenas y por tanto, deben ser aceptadas por todos. De esa manera, estamos formando su conciencia.

Por otra parte, la existencia de unos limites y normas aceptadas por todos supone también la asunción de que no da igual incumplirlas. Cuando tienes asumido que una cosa es buena y necesaria, si la incumples, tu conciencia te dice que has actuado mal. Y cuando se incumple deliberadamente una norma, hay que atenerse a algún tipo de consecuencia y no quejarse por ella, y eso es algo muy educativo. Por ejemplo, si su hijo no ha querido hacerse la cama antes de ir a colegio, sabrá que, al llegar a casa será lo primero que tendrá que hacer… No podemos olvidar que una exigencia básica del orden moral es la obligación, a la que todos estamos sujetos, de tratar de reparar el mal que hayamos podido causar con nuestros actos.

Los límites son, pues, esos pilares esenciales para que el niño pueda moverse dentro de ellos de manera segura y protegida. ¿Qué puede ocurrir si no se ponen límites a los hijos? Ya lo hemos venido diciendo: cuando el niño está demasiado consentido y no es educado en unos límites, crecerá como un pequeño salvaje.
Se convertirá en un tormento, tanto para sus padres como para sus profesores. Será un niño que trata de salirse siempre con la suya, tal y como ha venido haciendo desde pequeño. No sabrá aceptar un NO por respuesta, y protestará con todas sus fuerzas contra cualquier imposición que se le intente marcar. Tendrá el defecto de querer ser siempre el centro de todo y vivirá pendiente de sus deseos y al margen de los de los demás. Su tolerancia a la frustración será muy pequeña.

Si el niño tiene hasta unos 5-6 años, esta conducta se manifiesta en rabietas frecuentes y previsibles. Claro que las rabietas, normales en un niño de hasta cuatro años, tienden a ir despareciendo progresivamente, de modo que, si persisten en un niño de ya seis años debemos preguntarnos el porqué. Las rabietas se dan cada vez que el niño ve frustrado un deseo y sufre un ataque de rabia que no es capaz de controlar. Los niños pequeños, como aún son por naturaleza bastante egocéntricos, tienen menor tolerancia a la frustración de los deseos, y eso es algo que hemos de tener en cuenta.

Todos los niños tienen alguna rabieta; sin embargo, cuando son éstas constantes y predecibles, es porque el niño, inconscientemente, está poniendo a prueba a sus padres, para comprobar si mediante ellas puede lograr el capricho que desea. En tales casos, lo peor que podemos hacer es ceder, no lo olvidemos. Si cedemos una vez, volverá a hacerlo una y otra vez, no lo duden. Hemos de ser coherentes y firmes, pues, de lo contrario, desconcertamos a nuestros hijos.

Pablo Garrido

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