“Los humanos no están causando la sexta gran extinción de especies”. “Desde 2003 ha disminuido en un 25% el número de incendios en el mundo”. “La extensión de tierra dedicada a la producción de carne (actividad que ocupa más terreno que ninguna otra) se ha reducido lo equivalente a toda Alaska”.
Quien suscribe todas estas afirmaciones, y otras más que pueden leerse en un reciente artículo publicado en Quillette, es Michael Shellenberger, un conocido ambientalista que en los últimos años se ha convertido en icono de un ecologismo que él mismo denomina “pragmático”, como opuesto al alarmismo que percibe en el discurso dominante dentro del sector “verde”.
Estas críticas le han colgado el baldón de traidor en algunos ámbitos. Sin embargo, como explica en el artículo, Shellenberger no es ni muchos menos un negacionista del cambio climático. Durante más de treinta años ha trabajado por el cuidado del medio ambiente. Y no solo desde la oficina: su activismo le ha llevado a vivir con distintas comunidades indígenas de Latinoamérica, donde ha centrado su estudio. En 2008, la revista Time le nombró uno de los Héroes del medioambiente, y ese mismo año recibió el Green Book Award por su libro Break Through.
En esa obra, Shellenberger ya abogaba por un ecologismo que no contraponga el desarrollo humano con el cuidado del medioambiente. Con el tiempo, su distanciamiento del discurso predominante ha ido haciéndose cada vez mayor. En 2015 publicó, junto con otros 18 académicos, un manifiesto en favor del “ecomodernismo”. En los últimos ha decidido enfrentarse a lo que considera una “espiral” de alarmismo en la opinión pública. Pone como ejemplo de esto algunas declaraciones de personalidades políticas como la congresista demócrata estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez, figura del “socialismo millennial”, que pronosticó “el fin del mundo en 12 años si no abordamos el cambio climático”.
Para rebatir este tipo de afirmaciones, Shellenberger acaba de publicar Apocalypse Never: Why Environmental Alarmism Hurts Us All, donde pasa revista a los principales debates medioambientales. Por lo que resume en Quillette, la tesis principal es que el cuidado del planeta (y por tanto, el desarrollo humano) pasa por aumentar la intervención tecnológica en la naturaleza: recomienda, por ejemplo, una “mayor industrialización de la agricultura” para producir más comida con menos tierra, o el uso intensivo de la energía nuclear.
A corto plazo, Shellenberger se muestra pesimista respecto a la recepción de sus ideas en el sector ecologista. El malthusianismo, explica, está demasiado arraigado entre los líderes del movimiento, a pesar de que ha sido repetidamente desmentido por la experiencia. Sin embargo, el autor piensa que el discurso alarmista poco a poco está perdiendo adeptos, y que cada vez hay más voces que se atreven a disentir