Una historia de 2000 años

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Por su enorme sensatez reproducimos este artículo de  Julia Navarro en la revista mujerhoy.com


No debería ser objeto de discusión alegrarnos de que hace 2000 años llegó al mundo un hombre bueno que tendió la mano a los más necesitados. 

Los comerciantes han decidido este año adelantar la Navidad. Por eso desde noviembre se asoman a los escaparates motivos navideños, en un intento desesperado de animarnos a preparar la Navidad y a hacer el esfuerzo de comprar regalos. Y es que la crisis y el buen tiempo han supuesto que muchas tiendas no hayan ganado ni para mantenerse.

Hay a quienes les molestan luces, belenes y abetos, y argumentan que las navidades se han convertido en una fiesta consumista. Yo no estoy de acuerdo, creo que, aunque a veces gastamos más de lo que debemos, necesitamos treguas para seguir afrontando la cotidianidad.

Que durante unos días nos dejemos envolver por un ambiente festivo y repitamos rituales que nos confortan es una válvula de escape en tiempos difíciles. Y sí, hay miles de familias que no tendrán ni un euro, y muchas otras acudirán a comedores sociales. Pero, aún así, sé de muchas que intentarán que el 25 de diciembre no sea un día más y que sus hijos aguarden ilusionados a los Reyes Magos. Por eso, es más necesario que nunca arrimar el hombro y compartir con quienes lo necesitan. Ojo, hablo de solidaridad, no de caridad.

Luego están los “antinavidad”. Unos alegan que estas fiestas no tienen más objetivo que el consumo; otros sienten añoranza por personas fallecidas; y hay quienes no soportan la alegría cuando lo pasan mal. Son legión los que, si pudieran, suprimirían la Navidad. Comprendo que quien acaba de perder a un padre, un hermano o un hijo no esté para fiestas. Igual que quien está pasando un momento difícil -una separación, una enfermedad, la pérdida del trabajo…-.

Pero me ponen de los nervios aquellos a los que les molestan las connotaciones religiosas de estas fiestas. Hay quienes quisieran que celebráramos la Fiesta del Invierno, como hacían en la Unión Soviética. Suprimirían cualquier signo que recordara que, en Occidente, hace muchos siglos que celebramos el nacimiento de Jesús de Galilea; para algunos el Hijo de Dios; para otros, cuanto menos, un ser excepcional por su mensaje de amor al prójimo, por su lucha contra los fariseos, por tender la mano a los desheredados y regalarles el sueño de la esperanza.

No hay nada en el mensaje de Jesús que pueda molestar a alguien, creyente o no, de manera que no debería ser objeto de discusión alegrarnos de que hace 2000 años llegó al mundo un hombre bueno que tendió la mano a los más necesitados. A mí me encanta la Navidad. Incluso en los momentos más tristes de mi vida, cuando he tenido que afrontar la ausencia de las personas a las que más he querido, la he celebrado acordándome de las compartidas con ellos. Tengo amigos que reniegan de los encuentros familiares; otros que consideran hipócrita llamar o quedar con gente de la que apenas se acuerdan el resto del año.

A mí, sin embargo, me encanta la excusa para ver a amigos a los que tengo descuidados durante el resto del año. En todo caso, no soporto a quienes abominan de la Navidad y quieren sustituirla por la Fiesta del Invierno. Quienes no encuentran ningún significado a ella, deberían ser consecuentes y trabajar esos días ajenos a la alegría de los demás, pero sobre todo no darnos la tabarra a quienes queremos seguir celebrando una historia que tiene 2000 años.

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