las peores inundaciones del siglo en España

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ARTÍCULO DE EMILIO MONTERO HERRERO

Hace poco más de dos semana asistimos a la peor riada en lo que va de siglo en España, que ha dejado cientos de fallecidos y cuantiosos daños materiales. La DANA afectó principalmente a la Comunidad Valenciana, que, según la Agencia Estatal de Meteorología, en sus comarcas del norte y centro cayeron 500 litros por metro cuadrado de media en apenas ocho horas.

Después de la riada de 1957, el denostado Franco embridó las aguas potencialmente peligrosas. Valencia se salvó gracias al desvío del cauce del río Turia y la construcción de embalses que incluso sirvieron de rechifla para sus adversarios políticos.

Desde ese momento pudimos mirar al río como si estuviera domado, pero la naturaleza nos ha demostrado una vez más su verdadero potencial y que el hombre debe tratar de adaptarse a ella continuamente, porque sencillamente no puede someterla.

Nuestra cultura nace precisamente para proteger al ser humano de las inclemencias de la naturaleza, cultura que es por sí misma ecológica, porque es la forma en la que el ser humano se integra en su medio.

El problema es que el ecologismo actual está desenfocado. En los últimos años nos han hecho creer que el ecologismo consiste en subir los impuestos medioambientales, tomar yogur bio y poner carriles bici. Una auténtica caricatura y una estafa. Lo cual no implica, naturalmente, no destruir el medio ambiente sin el que el hombre no puede vivir, pero tratar el medioambiente como si fuera el paraíso terrenal que debiera ser preservado incólume, es lo contrario a la verdadera ecología que exige la vida humana.

Por eso, es necesario decir que no es ecológico paralizar el plan hidrológico nacional desde hace veinte años. Como no es ecológico no haber realizado las obras del barranco de Poyo, que se sabían necesarias después de desbordarse varias veces en los últimos tiempos con soluciones desde 1990. Tampoco es ecológica la superposición de administraciones que convierten todo en burocracia.

La cuestión no es que no se haya previsto la dimensión de las precipitaciones, sino la resistencia para tomar las precauciones que se deberían haber tomado. Un problema claramente político, no técnico.

Iniciada la catástrofe, la respuesta de los gobiernos central y autonómico ha sido bochornosa, eludiendo responsabilidades, pareciendo más preocupados por sus intereses y su imagen pública que por la gente que los necesitaba, justificándose y lanzándose la culpa unos a otros, cuando es evidente que los dos son responsables.

Mientras tanto los efectivos que podrían actuar esperaban la activación burocrática, perdiéndose un tiempo precioso para salvar vidas, ejemplo claro de la ineficacia de quienes debieron actuar con diligencia.

Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, de los estados de alarma, excepción y sitio, publicada en el BOE núm. 134, de 05/06/1981), establece que el Gobierno podrá declarar el estado de alarma en todo o parte del territorio nacional «cuando se produzcan alteraciones graves de la normalidad, tales como catástrofes, calamidades o desgracias públicas, inundaciones, incendios o accidentes de gran magnitud, crisis sanitarias, paralización de servicios esenciales o desabastecimiento de productos de primera necesidad».

La mera contemplación de las imágenes que nos llegaron no permitía albergar dudas de esta declaración para restituir la situación anterior a la catástrofe. Era evidente que se requería el empleo de ingentes medios y servicios de los que solo dispone el Estado.

Las alertas previas no funcionaron correctamente, ni con la necesaria anticipación. La reacción ante la catástrofe fue lenta y tímida, dejando claro que necesitamos otra manera de gestionar las emergencias en nuestro país, sin conflictos ni rivalidades que entorpezcan la ayuda.

Lo apropiado hubiera sido establecer una emergencia de interés nacional y que el ministro del interior hubiese tomado el control de la emergencia, con el cuartel General de la UME como Centro Operativo, y con la implicación en el nivel político estratégico del departamento de Seguridad Nacional y la posición orgánica central del Ministerio de Defensa bajo el mando del JEMAD.

España es una gran nación, y sus servidores en el Ejército, en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, bomberos y Protección Civil y miles de voluntarios de toda España han demostrado con auténtico heroísmo su patriotismo y humanidad.

Hemos visto lo mejor y lo peor de la condición humana: por un lado, una riada de solidaridad volcándose en ayuda de quienes lo han perdido todo, y por el otro personas desalmadas y miserables aprovechándose de la catástrofe para saquear.

Ahora sólo podemos minimizar las consecuencias de la DANA y trabajar para que una situación como esta no vuelva a darse en nuestro país en catástrofes futuras. Es evidente que muchos desastres naturales no se pueden evitar, pero sí se pueden minimizar sus consecuencias con medidas de prevención y una adecuada gestión en estas situaciones de emergencia.

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