Un marinero, Rodrigo de Triana, gritaba “¡Tierra!” desde el palo mayor de la Pinta, quien escoltaba junto a La Niña, a la Santa María, nave principal de la expedición que comandaba Cristóbal Colón. Comenzaba una de las gestas más heroicas de la historia de la humanidad.
La ingente obra de España en América no puede entenderse sin la figura de Isabel cuyos valores y aspiraciones están reflejados en su testamento escrito en 1504 poco antes de morir: “… y no consientan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las dichas Islas, y Tierra Firme, ganados y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes, más manden, que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean de manera, …”. Este testamento fue el punto de arranque de las llamadas Leyes de Indias.
Isabel la Católica fue la primera que se preocupó por los derechos de los indios; determinó que siguiesen siendo los propietarios de las tierras que les pertenecían con anterioridad a la llegada de los españoles y dictó un decreto prohibiendo la esclavitud.
Sin embargo, la tergiversación de la historia hecha en contra de la asombrosa labor civilizadora de España en América lleva siglos funcionando. Es la conocida como «leyenda negra», y el problema es que muchos españoles, de buena o mala fe, la han aceptado y la siguen difundiendo. Es una pena, porque es algo antinatural, algo así como automutilarse o, como se dice comúnmente, tirar piedras contra el propio tejado.
La leyenda negra antiespañola surge históricamente como un medio que busca desprestigiar al catolicismo y a todo lo que huela a católico: al Papa, a la Iglesia y, por ende, a España, su defensora. Su origen está en el protestantismo alemán, inglés y holandés, y el testigo lo tomará después la Francia revolucionaria.
En realidad, lo más sangrante es que cualquiera que dedique un poquito de tiempo, no demasiado, a indagar en la materia, en seguida se da cuenta de que la leyenda negra es un mero bulo, o como se dice ahora con la nueva palabra anglosajona tan a la moda, fake news. Como muestra de lo que digo, el propio Alexander von Humboldt, prusiano y luterano, reconoció en torno al año 1800 que: «no conozco un lugar más próspero ni más feliz que la América española».
Ahora, la perniciosa cultura woke en marcha, busca denigrar y romper con toda la tradición anterior, la judeo-cristiana, que es la que ha permitido a Occidente llegar hasta aquí y que, en la medida en que se ataca y destruye, nos encamina hacia la decadencia.
Nos hemos olvidado, pero España fue durante siglos el enemigo a batir. Consiguió realizar la mayor gesta humana y tecnológica que se recuerda: cruzar el océano Atlántico y unir los dos hemisferios. Aquellos hombres navegaban en tres barquichuelas de madera, dirigidos a un destino ignoto y casi a una muerte segura, sin mapas y sin seguridad de cómo iban a volver.
Ahora nos hablan de colonialismo. España, ni jurídica ni conceptualmente tuvo jamás colonias. Los territorios a los que llegamos pasaron automáticamente a formar parte de España. No había ciudadanos ni territorios de primera y de segunda. Un señor de Cochabamba era tan español como otro de Segovia. Por poner algún ejemplo de esto que digo, ahí tenemos al inca Garcilaso, biznieto del mismísimo Huayna Cápac; o al Duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil, que era descendiente directo de Moctezuma, el famoso emperador azteca.
Los datos son abundantísimos e irrefutables. Por citar alguno más, hay que decir que, por no imponer, ni siquiera impusimos el idioma español o castellano, eso fue cosa de las repúblicas que surgieron tras las independencias, que querían uniformar sus estados según el modelo racionalista francés.
Por el contrario, los religiosos que fueron a evangelizar a los indígenas aprendieron sus costumbres y lenguas, y no sólo eso, sino que fueron estos buenos frailes los que dotaron a estos idiomas de permanencia y fijeza, redactando sus gramáticas. Así, por ejemplo, la gramática quechua fue elaborada por el dominico Domingo de Santo Tomás en 1560, es decir, nada menos que 26 años antes de que se escribiera la primera gramática inglesa.
La lucha por tratar con justicia a los indios que adoptó en España, desde mediados del XVI, tuvo mayores dimensiones que en cualquier otro imperio transoceánico. El hecho de que España gobernase seriamente y con hondo sentido de la responsabilidad una gigantesca parte del Nuevo Mundo durante unos tres siglos, de ordinario se pasa por alto en nuestros libros de texto.
Las normas de legalidad y aplicación de las leyes estuvieron vigentes como en otras sociedades civilizadas. En general, la Corona no intentó imponer en América algo extraño o inferior a lo que regía en la península. Los impuestos, ordenanzas municipales, estatutos universitarios, legislación criminal y civil, justicia, fomento de las artes, sociedades benéficas, prácticas comerciales, etc., eran, mutatis mutandis, muy semejantes al uso español y a las normas de los estados europeos. En prácticas gubernamentales y privadas concernientes al bienestar público, hay abundante prueba de que las acciones de los españoles demostraron una consideración muy avanzada para su época.
Theodore Roosvelt , vigésimo sexto presidente de los EEUU, en su discurso en defensa del catolicismo y de España pronunciado en Baltimore en 1912, dijo: “Los españoles con la transmisión de su sangre, de su vida y de su fe, implantaron en nuestro suelo una civilización muy distinta a la de otros pueblos conquistadores. Más humanitaria que la que mata y esclaviza razas, como hicieron los franceses, los ingleses y nosotros mismos con los indios en Norteamérica”. Y profundizando y comparando los hechos en el contexto de su época, comprobaron que las poblaciones indígenas americanas tuvieron distinta suerte, dependiendo de que hubieran caído en zona española o por el contrario lo hubiesen hecho en zona inglesa, francesa, portuguesa, holandesa o más tarde norteamericana.
Me parece interesante citar aquí por ejemplo el artículo 1º de la Constitución de Cádiz de 1812, en donde se dice: Artículo 1.- La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. Y en el artículo 10 añade: El territorio español comprende en la Península con sus posesiones e islas adyacentes: Aragón, Asturias, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Cataluña, Córdoba, Extremadura, Galicia, Granada, Jaén, León, Molina, Murcia, Navarra, Provincias Vascongadas, Sevilla y Valencia, las Islas Baleares y las Canarias con las demás posesiones de África. En la América septentrional: Nueva España con la Nueva-Galicia y península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al continente en uno y otro mar. En la América meridional, la Nueva Granada, Venezuela, el Perú, Chile, provincias del Río de la Plata, y todas las islas adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. En el Asia, las islas Filipinas, y las que dependen de su gobierno.
Pensemos, por tanto, que todos pertenecemos a una gran civilización, a la civilización hispánica, que en la medida en que siga unida y no enfrentada entre sí, podrá jugar un papel de primer orden en la escena geopolítica mundial.
Por mucho que gobernantes sectarios e ignorantes intenten acallar la labor de España, que comenzó ese 12 de octubre, la historia está ahí para gritarnos a la cara la verdad. Es una errónea actitud la de aquellos que, por ignorancia o por ideología, atacan el admirable legado que nos dejaron nuestros antepasados. Les diría que dediquen un poco de tiempo a estudiar el tema. No a leer ideología, sino a estudiar las fuentes, verificar los hechos, los datos, y entonces verán ellos mismos que es falsa. Verán que, como dijo el nada sospechoso de parcialidad, el filósofo e historiador francés Hippolyte Taine: «hay un momento superior en la especie humana: la España desde 1500 a 1700».
Esa deplorable actitud reinante nos causa un grave perjuicio, ya que mina sutil pero muy eficazmente nuestra autoestima como nación. No en vano, como dice Milan Kundera, citando al historiador Milan Hübl (1927-1989): «Para liquidar a los pueblos se empieza por privarlos de la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su historia. Después alguien les escribe otros libros, les da otra cultura, les inventa otra historia; así, la gente comienza a olvidar lentamente lo que es y lo que ha sido. Y los pueblos vecinos lo olvidan aún mucho antes».
Este 12 de octubre es un momento especial para reivindicar la labor y grandeza de España y la valía de una reina excepcional, la reina Isabel.