Nuestro actual sistema político ha quedado al descubierto tras la reciente tragedia de Valencia. El carísimo y disfuncional Estado de las Autonomías ha demostrado su incapacidad de gestionar convenientemente esta crisis, agravando el sufrimiento de las víctimas. Torpeza puesta de manifiesto asimismo al retrasar nada menos que tres meses la creación de un comité de expertos para la reconstrucción y reparación de los daños provocados por la DANA.
Es este un acontecimiento más en nuestra vida cotidiana, que hace palpable la necesidad de un cambio profundo de nuestro sistema político que recupere unidad y soberanía nacional, y que se erija por encima de las falsas categorías políticas izquierda, derecha o centro.
Sin embargo, estos problemas que enfrenta España no se resolverán mientras su gente no despierte de su letargo y asuma con valentía los desafíos que tiene como nación. Estos problemas no son únicamente responsabilidad de los políticos. La raíz del estancamiento radica en algo más profundo: la falta de compromiso individual y colectivo, y la ausencia de un despertar cívico que impulse una participación activa y exija cambios reales. Mientras España y su pueblo no se anime, permaneceremos atrapados en un círculo vicioso de complacencia y conformismo. La desafección hacia la política, el desinterés por la vida pública y la fragmentación social son síntomas de un país que ha perdido la conciencia de su fuerza como nación. Reaccionar no significa únicamente acudir a manifestaciones o emitir un voto cada cuatro años, significa tener unas convicciones firmes, significa recuperar el orgullo de ser una nación.
El momento exige algo más que pequeños ajustes o reformas superficiales. España no puede permitirse seguir aplicando parches a un sistema que ha demostrado estar dañado en su esencia. Los problemas actuales, como la fragmentación territorial, la falta de representatividad política, el debilitamiento de los valores tradicionales y la pérdida de soberanía frente a agendas globalistas, solo pueden resolverse con un cambio estructural profundo.
Este cambio debe comenzar por defender principios innegociables como la unidad de España, la protección de la vida desde su concepción hasta la muerte natural, el fortalecimiento de la familia como núcleo básico de la sociedad y la promoción de nuestra identidad católica. Además, es imprescindible corregir el modelo autonómico para que sea más unitario y eficiente que garantice la igualdad entre todos los españoles, independientemente de su lugar de residencia.
Pero el cambio estructural no se limita a las instituciones. También debe incluir una transformación cultural que reconozca la importancia de recuperar el orgullo por nuestra historia, nuestras tradiciones y nuestros valores. En un momento en que las agendas globalistas intentan imponer modelos ajenos a nuestra realidad, España debe reafirmar su identidad como una nación única, cristiana y soberana.
En estos momentos los partidos políticos están demostrando ser poco eficaces para responder a las necesidades reales de los ciudadanos. La corrupción, el clientelismo y el alejamiento de la realidad han convertido a estas instituciones en obstáculos más que en soluciones. Es momento de dar un paso más allá y apostar por la transversalidad, permitiendo que los cuerpos intermedios —como las familias, las asociaciones civiles, las empresas y las comunidades locales— asuman un papel central en la solución de los problemas del país.
Los cuerpos intermedios tienen la ventaja de estar más cerca del ciudadano y de actuar con mayor independencia frente a las presiones políticas. Su fortalecimiento puede generar un sistema más representativo y eficaz, capaz de responder de manera directa a las necesidades de la sociedad. Para lograrlo, es fundamental crear marcos legales que les permitan actuar con autonomía y protagonismo, sin depender de las estructuras partidistas.
En definitiva, España necesita un cambio profundo y valiente que transforme no solo sus instituciones, sino también la forma en que entendemos la política y la sociedad. Es hora de pasar de las palabras a la acción, de los parches a las soluciones reales y de las divisiones partidistas a un esfuerzo colectivo por recuperar nuestra soberanía, nuestra unidad y nuestros valores esenciales. Solo así podremos construir un futuro digno para las próximas generaciones, una nación con historia, cultura y valores que merecen ser defendidos y estar dispuestos a hacerlo.