El próximo 13 de diciembre se cumple el 550 aniversario de la proclamación de Isabel la Católica como Reina de Castilla en la Real Iglesia de San Miguel de Segovia, uno de los acontecimientos más importantes acaecidos en nuestra ciudad y uno de los más trascendentales de la Historia de España.
Los prolegómenos de aquella efeméride se inician el 11 de diciembre de 1474 con el fallecimiento, en Madrid, del hermano de Isabel, Enrique IV. En esa fecha se encontraba la princesa en el Alcázar, donde le llegó la noticia al día siguiente a través del Contador Mayor del Reino, Rodrigo de Ulloa. Seguidamente, cuatro regidores de la ciudad, Rodrigo de Peñalosa, Juan de Contreras, Juan de Samaniego y Luís Mexía, llevaron al castillo el pésame de la ciudad, y, a la vez, la enhorabuena por la feliz sucesión.
Con premura, a la vez que se vestían de luto los pendones reales, se preparaba en el Alcázar la proclamación de la heredera, quien dispuso que se efectuara al día siguiente, de acuerdo con el Convenio de Guisando.
En este destacado acontecimiento tuvo un papel muy destacado el Alcázar de Segovia, regido por el alcaide Andrés de Cabrera, esposo de la dama de confianza de Isabel, Beatriz de Bobadilla.
De su recinto salió la princesa Isabel el 13 de diciembre de 1474, día de Santa Lucía, para ser proclamada soberana en el atrio de la antigua iglesia de San Miguel, en la actual Plaza Mayor de Segovia.
Ese día concurrieron en la Plazuela del Alcázar todos los nobles ostentando los colores de su casa. Los Regidores de la ciudad la recibieron bajo palio. Dos de ellos conducían el caballo de la princesa, que iba rodeada de nobles. Precedían los Reyes de Armas y el Maestresala Gutiérrez de Cárdenas, Alférez Mayor del Reino, a caballo, llevando levantado el estoque desnudo, como insignia de justicia y potestad.
Tras la proclamación y rezar un Tedeum en la catedral, regresó al Alcázar, cuya artillería hizo salvas, recibiendo homenaje de fidelidad del alcaide Cabrera, que la hizo entrega de las llaves de la fortaleza, devolviéndoselas la reina en señal de confianza. Y, habiendo bebido el vino que le habían ofrecido en una copa de oro, se la regaló a Cabrera para premiar sus méritos y acrisolados servicios, decisivos en su proclamación como reina de Castilla.
En recuerdo de aquel fausto día, quedó la tradición de que el día de Santa Lucía los Reyes de España bebieran en copa de oro y se la enviaran luego a los Condes de Chinchón, descendientes de los Cabrera y herederos de la alcaidía del Alcázar.
Cuando la Edad Media comenzaba a extinguirse, Europa y sus incipientes estados modernos contemplaron la llegada de una mujer castellana, Isabel I, como reina poderosa y triunfadora.
Fue la artífice, sin lugar a dudas, de la gesta más grande jamás contada, como es el descubrimiento y evangelización del inmenso continente americano; portentosa obra en la que tuvo mucho que ver su profunda Fe de creyente y su amor a la iglesia, que se expresa en su testamento y codicilo, firmado en Medina del Campo el 23 de noviembre de 1504, tres días antes de su fallecimiento.
Numerosos historiadores consideran a la Reina Isabel como la precursora de los Derechos Humanos, por su empeño en defender la igualdad de sus súbditos del Nuevo Mundo con los de Europa. Dio tanta gloria a Dios y a su iglesia que muchos se preguntan cómo es posible que no esté aún en los altares.
Su causa de beatificación comenzó en 1958 en la Archidiócesis de Valladolid siguiendo las normas de la Iglesia, que indican que estas causas deben iniciarse en la diócesis donde se produjo el fallecimiento.
Estuvo a punto de ser beatificada por San Juan Pablo II en el año 1991, pero se paralizó el proceso. Los motivos que se alegaron para ello fueron los que encontramos en la leyenda negra entorno a la reina. Sin embargo, está más que demostrado que no deja de ser eso, una leyenda oscura cuya intención no es otra que distorsionar la Historia España.
La leyenda negra está cargada de envidias y mentiras. Si no se conoce la verdad, si no se acude a las fuentes correctas y si no se analizan y estudian los hechos en los tiempos que ocurrieron, el resultado es la injusticia histórica y lo que es peor intentar, sin escrúpulos, reescribir la historia. Son tiempos más que nunca necesarios para conocer las verdades desnudas y dejar atrás mitos, leyendas negras, mentiras y populismos. Quienes desconocen las verdades de nuestro pasado histórico son frágiles y vulnerables a las manipulaciones.
Disponemos de numerosos documentos para formarnos un juicio lo más fiable posible. Escritos de los propios misioneros que convivieron con los nativos de las indias de América durante años, libros de investigadores especializados en la Reina Isabel la Católica, así como del descubrimiento de América o el testamento de la propia Reina con relación a las medidas a llevar a cabo hacia los indígenas. Los estudiosos afirman que sus decisiones políticas estaban marcadas profundamente por su fe, y esto le llevó a impulsar la evangelización en las nuevas tierras descubiertas. Su único afán era evangelizarlas para que pudieran conocer el camino hacia la vida eterna y vivir libres y felices, así como la defensa de los derechos humanos de los nativos.
En cuanto a la Reina Isabel y la expulsión de los judíos, ella nunca fue antisemita. Esto queda patente en que sus médicos personales y altos cargos administrativos de la Corte eran judíos. No fue la única que, por razones de Estado, decretó su expulsión. En 1492 España era para ellos lugar de refugio y también de graves alteraciones del orden y de la convivencia. La supresión del permiso de residencia de judíos en Castilla y León se realizó con normas humanizadoras por parte de la Reina. La decisión tuvo estrictamente un cariz político y administrativo, y no racista ni antisemita.
Por todo ello, es imprescindible que analicemos su obra desde la óptica del tiempo histórico que le tocó en suerte y valorar su modo de proceder como producto del mismo, teniendo en cuenta que tanto sus logros como sus fracasos siempre estuvieron supeditados y enfocados a contribuir a lo que ella llamaba “la causa de Dios”, faceta espiritual que impregnó su modo de reinar.
En este sentido, no podemos olvidar el título de Reyes Católicos, gracias al cual han pasado a la historia Isabel y Fernando, que les fue otorgado por la bula Si convenit del Papa Alejandro VI, fechada el 19 de diciembre de 1496, en reconocimiento a los grandes méritos que los monarcas habían realizado en defensa y promoción de la fe católica y defensa de la Iglesia.
La reina Isabel es uno de los personajes más singulares y clarividentes de nuestra historia. Su secreto radica, sin duda, en esa extraordinaria riqueza de su vida interior. No sólo era católica de tradición, sino que su fe venía atestiguada por sus obras, sus decisiones y por la coherencia del conjunto de su vida. Su audacia renovadora llevó el reino que heredó hasta el umbral de la modernidad, dejándole preparado para un siglo de oro en la historia de España y para una mayor expansión de la historia de la Iglesia.
La Comisión archidiocesana que promueve su proceso de beatificación pone de manifiesto que la causa está suficientemente avalada por su vida de fe, su compromiso con Dios y con el prójimo, su austeridad, su afán evangelizador y su lucha por los derechos humanos. Esperemos que llegue a buen puerto y se confirme la santidad de esta mujer única.